Los perros guardianes del viejo Estado
se lanzaron furiosos tras mi existencia,
por todos los sitios me habían buscado
Mi delito, ser parte de la resistencia.
Rodeado, mis puños cerré decidido,
al que daba las órdenes lo conocía,
redondo y moreno, gritaba berrido
la jauría mandaba, de fiscal fungía.
Los perros del viejo estado aullaban,
exhibían sus dientes amenazadores;
los ojos redondos del jefe brillaban,
rehuyendo esquivos como los traidores.
Me dieron las ganas de darle un esputo,
descubierto se vió, y encolerizado,
dispuso mi muerte el judas astuto.
¡No quería testigos el mimetizado!
Viví sonriendo, jamás fui abyecto,
me alcé en la lucha contra la injusticia;
morí entonando feliz mi trayecto.
Les confieso, mi muerte no es desperdicia.
Carlos Rafael
Imagen de Pinterest
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