jueves, 19 de enero de 2023

PARA VÍCTOR HUGO VIZCARRA


Para recordar a mi amigo Víctor Hugo Viscarra, algo que había escrito en 1992:
........
Eterna vida o eterna muerte

para Víctor Hugo, donde quiera que esté

Para cualquier mortal, este día era sábado, pero para Víctor era el mismo día de su vida: constante búsqueda de rincones y parques para dormir, beber, encontrar comida o simplemente deambular. Y se pregunta para qué, qué motivo. Ni madre ni padre ni hermanos ni amigos ni mujer... ¿Para qué? Con sus ojos hasta el suelo, llora solo en pleno mediodía de este día igual que su vida.
 
Quiere almuerzo: mi bolsillo apenas tiene para el suyo y mi cabeza sólo impotencia. Le digo que no tengo sino mi amistad fraterna. Extrae de su bolsillo un cuaderno y lee un párrafo, como muchos otros, escrito por su desgracia; huele a suicidio. Es mi amigo, pero ¿cómo decirle que hay que vivir?, ¿qué esperanza puede darle mi discurso, mi optimismo terco? ¿Qué horizontes pintarle con su voluntad corroída, sus zapatos ya sin impuesto? 
 
El ciudadano trabaja y llega a su casa para tender los pies en su cama, él estira las piernas entumecidas en cualquier plaza. Aquél suda, toma un baño y cambia de ropa, éste no puede ni siquiera lavar la única que tiene puesta. El otro almuerza, cena, eructa, éste tiene un calendario de días sin comer. Es no tener nada; es nada. Y si algo tuviera, ¿qué hacer con ello, dónde dejarlo? Me habla de su muerta vida, de haber estado muerto hace tiempo; comparte conmigo el deseo de que el epitafio de su lápida diga "he vivido como he venido al mundo: con dolor...". Pensamiento suyo que lo traiciona porque sabe que no es posible que un día tenga - ¡acaso por fin! - un lugar propio dónde descansar. Ahí está, con su aliento de trasnoche, con más de treinta años de angustia acumulada brotando por su boca y sus ojos. Retiene el aire y me pide un libro, toma a Kafka, no le va a ayudar pero lo toma. Me da la espalda y a pleno sol de mediodía se marchaba para internarse en las galerías de la noche sempiterna.
 
Para mi era sábado, para otros era el mismo día de frío inmemorial.
Al atardecer, en el cumpleaños de un buen amigo, bailo, bebo y bebo; bebo luego con la espina de aquel abandonado por su madre, por su padre, por la vida y por Dios. Me alejo del ruido y los humos. A la madrugada, oscura, ya tampoco hago la diferencia: estaba solo en algún día indefinible.
 
Cerca de casa, aparece, fantasmagórico, otro anónimo ennegrecido por la calle, el viento, el frío y el alcohol, con los cabellos crecidos y apelmazados, sosteniendo su abrigo de cartón. El también existía en la espiral de penumbra eterna. Se acerca y en tono amigable me pregunta si tengo algo para darle, le digo que no en ese momento. ¿Dónde vas? A mi casa, le contesto. Casi en tono de súplica se brinda acompañarme, pero le agradezco y digo que no. Vuelve a preguntar si tengo algo para darle: No, hermano, perdóname... Y me conmuevo. Le doy un abrazo fuerte, impotente. Hace tiempo que nadie me toca siquiera, me dice. Luego se despide y desaparece tragado por la noche mientras yo trepo hacia mi casa mojando mis mejillas por este sábado, por los sábados, los lunes y todos los días de igual desesperanza. La vida estaba borrando las palabras de mañana.

Domingo, 9 de agosto, 1992

( Rolando Ramírez )

No hay comentarios:

Publicar un comentario